Cuando el trabajo se vuelve una carga difícil de llevar, no nos queda más que encontrar un método para eliminar la tensión y evitar el burnout. Lo mejor sería encontrar algo sano y productivo, que nos hiciera crecer como personas, que diera sentido a nuestra existencia. Pero la verdad es que nos gusta lo idiotizante, lo enajenante, lo mediático. Youtube es el rey.
Sin embargo, uno se encuentra con pequeñas joyitas de reflexión escondidas por aquí y por allá entre los cortos de tipos golpeándose con diversos objetos en partes reproductivas. Un ejemplo de lo bueno es un sketch de un comediante inglés llamado John Thomson que hace una rutina fantabulosa en donde parodia a otro cómico inglés tan famoso que jamás hemos oído nombrar por este ranchito posmoderno: Bernard Manning.
Pues resulta que el Manning contaba los típicos chistes racistas cuando no existía lo políticamente correcto, cuando la sociedad no se sentía culpable de hablar de negros, de gallegos, de chinos o minorías varias. Esos chistes tan grabados en nuestra psique cultural que fácilmente podemos completar a pesar de lo políticamente correctos que queramos ser.
Thomson sale al escenario vestido como un cómico de eras pasadas -traje de terciopelo, corbata de moñito, cerveza en la mano, cigarro y un tono áspero de voz- y un nombre alusivo al Manning: Bernard Righton. Sus chistes inician como cualquier chiste normal ("un negro, un judío y un paquistaní entran a un bar....") pero terminan en un nochiste políticamente correcto ("... que gran ejemplo de integración multicultural.")
Y la gente se ríe. Yo también.
La risa creo que surge de los preconceptos. Tenemos una construcción de lo que es un chiste ofensivo, en qué consiste la parte graciosa: en lo políticamente incorrecto. Así nomás. Por lo que hay un choque entre lo que se dice y lo que esperamos que diga, con todo y su persona de cómico del pasado.
En fin, así sin más, les dejo al Bernard Manning y su retahíla de nochistes graciosísimos.
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