Se fueron en su Toyota nuevecito por Lázaro Cárdenas, cuatro. Rapidito e inexperto, el conductor no pudo controlar el auto que salió volando hacia el monumento que marca el límite entre San Pedro y Monterrey ((después de que los chocó otro carro, las investigaciones continúan. Al parecer el conductor del toyota iba hablando por celular cuando les dieron el cerrón)). Los que iban atrás pudieron salirse del carro antes de que se incendiara. Los de enfrente prensados. Diecisiete años chamuscados en un instante. Pobrecitos -para alguien siempre bebés, para algunos siempre amigos, para otros siempre amantes: congelados en el tiempo-.
Es curioso cómo funciona la mente adolescente, todos nos creímos invencibles a esa edad. Qué triste la realidad. Qué suerte haber sobrevivido para contarlo y llegar a los 30.
Eran alumnos de una compañera del departamento, justamente la que les iba a poner el examen a las 2:30. Qué insignificante resulta la idea de un examen de literatura después de esto.
Diecisiete años es muy poco tiempo. No es justo.
Góngora resuena en mi cabeza:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Carpe diem.
La vida es tan efímera como el breve momento en que el carro flotó en el aire.
No puedo dormir.
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