Hay un alumno que se desvive por la Dulcinea. Más obvio no podría ser: le estira el pelo, le molesta, le quita las cosas, raya su libreta, le pregunta cosas estúpidas u obvias, total que lleva a cabo toda la danza circense del apareo del prepoide enamorado. La chica dice no creer que tal Romeo ande detrás de ella porque tiene novia y pues no, no es lógico que esas cosas pasen. (Qué tierna la ingenuidad de la chica. Tiempo de vida probable de dicha confianza en la raza humana = de medio a dos años). En fin, no se da cuenta a pesar de lo obvio e incómodo que es el asunto. Por lo pronto el Romeo le intenta, pero no logra nada. Excepto reprobar.
En fin, la clase pasó y se fueron los alumnos.
Ya en la tarde, ahí me tienen, tratando de trabajar, revisando exámenes y textos argumentativos de mis adolescentoides hormonales y sufriendo con sus lagunas lógicas. Fue entonces cuando se escuchó en la oficina la voz ronca de Barry White celebrando al amor carnal. "Ah chihuahua", me dije espantada "¿Qué pasa aquí?"
Volteo a ver a mi libreta y ahí están descarados dos mosquitos dándole como si no hubiera un mañana (que de hecho no hubo, ya que murieron un segundo después de tomada la foto) en pleno intercambio amoroso. En fin, viva el amor condenado por el destino. Que no muera el recuerdo de los amantes atormentados por el kleenex verdugo.
Y ya a la noche, Barry White cantó para mí. Oh sí.
No cabe duda, de que el amor anda flotando por el aire.


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